Sunday, February 26, 2017

El perro negro de Churchill

                Winston Churchill tenía un grupo de seis investigadores que le conseguían información que pudiese serle de utilidad. Podría decirse que esa era su máquina de búsqueda personal. Tenían a su disposición sesenta mil volúmenes. Cuando a Churchill le hacía falta algún dato en especial, llamaba a uno de sus investigadores a su estudio.
Dictaba sus textos incluso mientras tomaba estaba en la tina, luego corregía las hojas mecanografiadas en los márgenes, y las volvía a hacer pasar a máquina para volver a leerlas y corregirlas nuevamente. Churchill produjo más palabras que Dickens y Shakespeare combinados.  Uno podría pensar que la abundancia de su escritura iba en desmedro de su calidad, y sin embargo estuvo nominado veintiuna veces al Premio Nobel de Literatura entre 1945 y 1953, año en que finalmente lo ganó «por su maestría en la descripción histórica y biográfica así como por su oratoria brillante a la hora de exaltar los valores humanos».
Churchill fue uno de los periodistas mejor pagados de Gran Bretaña, al público le gustaba mucho su trabajo y aumentaba la venta de periódicos. No dejó de escribir ni siquiera cuando se convirtió en Ministro de la Corona.
                Su creatividad volcada en la escritura era un modo de mantener al «perro negro» a raya.
«No me gusta pararme cerca del borde de la plataforma cuando pasa el tren. Me retiro cuanto puedo, y si es posible busco que alguna columna se interponga entre yo y el tren. Tampoco me gusta pararme junto a un barco y ver el agua. Un segundo de acción acabaría con todo. Alcanzan unas pocas gotas de desesperación.»
Había momentos en que la desesperanza paralizaba a Churchill, entonces se quedaba en la cama, sus energías lo abandonaban, nada le interesaba, perdía el apetito, no lograba concentrarse. Solo mantenía en uso las funciones mínimas. Y esto no sucedió un par de veces en los años treinta, sino también en los años veinte y diez. Esos períodos oscuros solían durar unos pocos meses, luego volvía a ser el de siempre.
                En una carta dirigida a su esposa Clementine, escrita en 1911, luego de enterarse de que la esposa de un amigo había aliviado su depresión con la ayuda de un médico alemán, escribió: «Creo que este hombre podría ayudarme si mi perro negro reaparece. Por el momento está bastante lejos, por suerte. Puedo ver todos los colores del paisaje.»
               
Cuando no estaba experimentando una depresión profunda, el estado normal de Churchill era el de alguien con altos niveles de energía. El presidente de los Estados Unidos en aquel momento, Franklin D. Roosevel dijo: «Se le ocurren mil ideas al día, de las cuales cuatro son buenas.»  Estos son los síntomas de una  conducta propia de un maníaco depresivo, que incluye —aunque no es lo mismo— lo que hoy se conoce como el síndrome bipolar.
                Churchill lideró con mano de hierro el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Es considerado uno de los grandes líderes de tiempos de guerra y fue primer ministro en dos períodos (1940-45 y 1951-55). Notable estadista y orador, Churchill fue también oficial del Ejército Británico, periodista, historiador, escritor y artista. También es el único primer ministro británico galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, y fue nombrado ciudadano honorario de los Estados Unidos de América.





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