Un día cualquiera de agosto de 1984 en la ciudad de Amstetten,
Austria, Elisabeth Fritzl bajó al sótano para ayudar a su padre Josef con
una puerta: solo tenía que sostenerla en el marco mientras él la reparaba.
Cuando se disponía a subir su padre le tapó la nariz y la boca
con un trapo empapado en éter. Con ese desmayo se sumergió en un mundo de
oscuridad que duraría años.
Fritzl venía construyendo lo que sería su complejo carcelario desde que obtuvo permiso del gobierno en los años setenta. No fue difícil que los funcionarios estatales concedieran la autorización para hacer construcciones subterráneas, al fin y al cabo la Guerra Fría estaba en auge y no estaban lejos de la frontera que los dividía de la Unión Soviética. Construir un bunker nuclear era tan normal y necesario como agrandar la cocina. El ayuntamiento local incluso le ayudó a financiar los costos. Extremadamente meticuloso, Josef se hizo del concreto y de los elementos de acero por medio de las compresas de construcción donde había trabajado. Inicialmente la construcción tenía dos accesos: una pesada puerta con bisagras y una puerta de metal reforzada con concreto operada a través de un control remoto. En total había que atravesar seis puertas para llegar al sótano; la última puerta era la que la misma Elisabeth ayudó a instalar.
Fritzl venía construyendo lo que sería su complejo carcelario desde que obtuvo permiso del gobierno en los años setenta. No fue difícil que los funcionarios estatales concedieran la autorización para hacer construcciones subterráneas, al fin y al cabo la Guerra Fría estaba en auge y no estaban lejos de la frontera que los dividía de la Unión Soviética. Construir un bunker nuclear era tan normal y necesario como agrandar la cocina. El ayuntamiento local incluso le ayudó a financiar los costos. Extremadamente meticuloso, Josef se hizo del concreto y de los elementos de acero por medio de las compresas de construcción donde había trabajado. Inicialmente la construcción tenía dos accesos: una pesada puerta con bisagras y una puerta de metal reforzada con concreto operada a través de un control remoto. En total había que atravesar seis puertas para llegar al sótano; la última puerta era la que la misma Elisabeth ayudó a instalar.
Cuando Fritzl dijo a su familia y amigos que su hija había
huido para unirse a una secta le creyeron porque antes de que su padre la
encerrase Elisabeth había intentado escapar en varias ocasiones. Pero en realidad la muchacha nunca se fue.
Durante los veinticuatro años siguientes la vida de
Elisabeth fue un horror, en un lugar con el aire viciado, frío, húmedo y
habitado por ratas que a veces tenía que atrapar con sus propias manos,
escurrir con un trapo el agua que corría por las paredes. Pero lo peor era el
verano, cuando sus habitaciones se convertían en un sauna, la peor época del
año, según ella escribiría en un calendario.
Durante ese período Mikhail Gorvachov propuso la perestroika
y glasnost, el reactor de Chernobyl explotó, se empezó a usar el ADN para
identificar a los criminales, cayó el Muro de Berlín, Nelson Mandela salió en
libertad, O.J. Simpson fue arrestado y juzgado por homicidio, surgió el euro,
la enfermedad de la vaca loca, la tecnología siguió avanzando: surgieron los
teléfonos móviles e Internet. Mientras para todos el mundo seguía adelante,
para Elisabeth el tiempo se había detenido. Al principio Fritzl le ataba las
manos tras la espalda con una cadena de metal que ataba a una barra tras la
cama, solo podía moverse medio metro a cada lado de la cama. Dos días más tarde
su libertad se amplió cuando la cadena pasó de las muñecas a la cintura, pero
pasados entre seis a nueve meses de su encarcelamiento le quitó la cadena
porque “interfería con la actividad sexual con su hija”, de acuerdo con el
sumario.
A partir del segundo día de su secuestro hasta su liberación
en abril de 2008 Fritzl abusó de ella varias veces al día. De estas violaciones
nacieron siete hijos, que en la medida que crecían presenciaban el abuso. Tres
de los niños permanecerían bajo tierra,
sin ver la luz hasta el año 2008. Los otros tres aparecerían misteriosamente en
la puerta de la familia, y serían criados por Fritzl y su esposa Rosemarie, los
niños que supuestamente la hija que estaba en la secta les dejaba en el portal
de su casa para que los criasen como propios, y todo eso sin que Rosemarie ni
las autoridades sospechasen nada. Elisabeth escribía las cartas que su padre le
dictaba, que hacía kilómetros para depositarlas en el correo, cartas que
Rosemarie recibiría, donde se explicaba que ella no podía cuidar a los niños.
En realidad le partía el corazón que la separasen de sus hijos pero al mismo
tiempo estaba feliz de que los hijos que vivían «arriba» tenían una vida mejor
a la que llevaban los que languidecían bajo tierra.
Uno de sus hijos, un gemelo llamado Micahel, murió al rato
de nacer en el año 1996. Nació con problemas respiratorios severos y falleció
en brazos de su madre con 66 horas de vida. Fritzl admitió haberse deshecho del
cuerpo del bebé en un incinerador.
Un padre ejemplar.
La defensa inicial de Fritzl era que Elisabeth era una niña
caprichosa y que lo único que él pretendía era protegerla del mundo exterior.
Según su criterio la compañía de su padre era mejor que las drogas, el alcohol
y las malas compañías que podían ejercer una mala influencia sobre ella. La
maravillosa defensa de su abogado consistió en pintarlo como un padre
preocupado que dedicó tiempo y dinero a la manutención de dos familias, y que
incluso tuvo el detalle de llevar un árbol de Navidad a las celdas de su
familia subterránea, así como libros escolares, una pecera e incluso un canario,
el mal gusto de su abogado defensor llegó al punto de argumentar que el hecho
de que el pájaro haya sobrevivido constituía prueba suficiente de que el aire
en el sótano no era tan malo después de todo.
En reiteradas ocasiones le pegó y la pateó. También la
sometió a humillaciones y abusos sexuales, obligándola incluso a repetir
escenas que sacaba de películas pornográficas violentas. Este abuso le provocó
daño físico y psicológico.
Los primeros cinco años los pasó completamente sola, él rara vez le dirigía la
palabra.
Luego empezaron a llegar los bebés. Para ella era un horror,
y al mismo tiempo los hijos representaban compañía y un motivo para seguir
viviendo cuando ya había pensado en suicidarse.
Los nacimientos (que tuvieron lugar durante doce años)
sucedieron sin ningún tipo de ayuda médica. Por toda preparación su padre le
dio desinfectante, un par de tijeras sucias y un libro sobre nacimientos de
1960.
Para que no se les ocurriese intentar escapar, Fritzl les
dijo que había instalado un mecanismo por el cual las puertas les darían una
descarga eléctrica si intentaban abrirlas y se activaría una descarga de veneno
que los mataría instantáneamente.
Solía castigarla dejándola completamente a oscuras por días.
Elisabeth se puso a llorar cuando el freezer que él había
instalado y llenado de comida para que pudieran comer mientras la familia de
arriba se iba de vacaciones se averió y se descongeló.
El fin del calvario llegó en abril de 2008 cuando Kerstin, la
hija de diecinueve años enfermó de gravedad. Fritzl, que no había destacado por
su piedad en el pasado, la subió a su Mercedes y la llevó al hospital. En la
clínica los doctores quedaron sorprendidos ante la pálida criatura con una
dentadura en pésimas condiciones que agonizaba en la sala de cuidados
intensivos.
Se hicieron varios intentos mediáticos buscando a la madre
de la joven. Elisabeth y los dos niños que estaban en el bunker vieron la
televisión y le suplicaron a Fritzl que los dejase salir. Con su poder de algún
modo disminuido y la habilidad de mantener separadas a sus dos familias
reduciéndose a medida que se hacía mayor, ya había comenzado a pensar en un
plan que le permitiese liberar a su hija sin levantar demasiadas interrogantes.
Accedió al pedido y a la gente del
hospital le dijo que la familia había escapado de la secta y se había aparecido
en la puerta de su casa. Los médicos encontraron todo muy extraño y alertaron a
la policía, que separó a la hija del padre, y la amenazaron con presentar
cargos por abuso infantil por el estado de abandono que presentaba su hija.
Elisabeth les contó una historia que no esperaban escuchar.