Microfinanzas. Traducción
Confesiones de un Hereje de las Microfinanzas
Jueves 19 de Julio de 2012
Philip Mader
Philip Mader
Por fuera de la línea más popular y las campañas de promoción de
microfinanzas, un gran número de académicos, organizaciones no
gubernamentales, periodistas, y también microfinancieras han criticado
moderadamente a las microfinanzas durante años, sólo para ser ignorados o
rechazados como locos o ideólogos. Pero los problemas que existen en el
ámbito de las microfinanzas son por demás reales y el controvertido
nuevo libro de Hugh Sinclair llamado Confesiones de un Hereje de las Microfinanzas hace que sea imposible ignorarlos.
Para los pocos investigadores independientes que hay, y que
afortunadamente pueden estudiar las microfinanzas con autonomía de los
organismos que la auspician, así como de los grupos más importantes de
investigación (que son en gran parte financiados por las mismas
organizaciones que financian las microfinanzas), los problemas de la
industria no son nuevos. Ellos afirman que las microfinanzas, por su
propia naturaleza, apoyan solamente al más pequeño, menos productivo, y
de menor crecimiento potencial, tal como sostiene Milford Bateman. Del
mismo modo sostienen que la mayoría de los préstamos se gastan
simplemente en consumo, lo que hasta el CGAP reconoce en un intento por
redefinir las microfinanzas en términos de “inclusión financiera”,
ignorando el problema de la falta de viabilidad de estos préstamos.
Esto se relaciona con el riesgo de sobreendeudamiento y la necesidad
de contraer una deuda para cancelar otra, ampliamente estudiados por
Jessica Schicks, y evidenciados con mayor notoriedad durante la crisis
microfinanciera de la India. También existe el problema de la creación
por parte de las microfinanzas de grandes desequilibrios de poder,
particularmente entre hombres y mujeres —tal como señala Lamia Karim— en
lugar de nivelar esas asimetrías a través de verdaderos procesos de
empoderamiento. Estos son tan solo unos pocos problemas.
Hugh Sinclair se nos presenta como alguien con gran experiencia en la
vida real, con una historia fascinante que contar empezando por su fe
original en las microfinanzas hasta su desilusión y posterior conversión
a la herejía, mas un don para escribir. Su libro, tan devastador como
atrapante, se bate contra elementos básicos de la industria de las
microfinanzas.
A la lista de motivos por los cuales las microfinanzas no cumplen su
promesa de reducir la pobreza, Sinclair añade un nuevo problema,
demostrando que los incentivos dentro de la industria están
estructurados de modo tal que el desarrollo positivo se produce —como
mucho— como un subproducto accidental; y la mayor parte de las veces no
se produce jamás.
Él lo llama “el problema de la estructura de la industria” y aborda
su investigación. Desde el principio, y en contra de otros de sus
detractores, Sinclair asume que los intereses de las personas que se
encuentran a ambos lados de la cadena microfinanciera están alineados:
esto significa que quienes financian y quienes reciben los préstamos
realmente quieren estos fondos para aliviar el estado de necesidad de
los deudores. Pero sea como fuere, entre estos dos extremos se
encuentra la industria microfinanciera que controla el flujo de capital e
información.
En otras palabras, en esta industria se mueven dos actores: las
instituciones de microfinanzas y los fondos, cuyo interés es
generalmente prestar o invertir dinero a la mayor tasa de rendimiento
posible. Para las primeras la única fuente de ganancia la constituyen
los clientes que pagan intereses (y a menudo costos que están
deliberadamente camuflados, agrega Sinclair) sobre los préstamos que han
pedido. En lugar de embarcarse en un costoso proceso de selección de
clientes, es más fácil para las instituciones cobrar intereses excesivos
a todos ellos, y de ese modo absorber las posibles pérdidas o préstamos
incobrables. A esta ecuación, Sinclair añade la práctica típica de no
cancelar los préstamos, posponiendo indefinidamente la caída en mora con
la concesión de nuevos préstamos que vienen a reemplazar al anterior,
sumado a una incompetencia general de las instituciones para tomar
buenas decisiones. Como resultado de esto, las tasas altas constituyen
la única estrategia para la supervivencia de las instituciones de
microfinanzas. Los actores secundarios: los fondos de inversión,
necesitan encontrar instituciones en las cuales invertir, lo que les
garantiza un retorno seguro de la inversión. A causa de los costos
propios de estos mismos fondos, y para una satisfacción adecuada de los
inversores, no es necesario que esta ganancia sea particularmente
elevada, pero los fondos (como las entidades microfinancieras)
encuentran costoso y difícil hacer un proceso de selección de socios a
los que entregarles su dinero. La opción más segura es, por lo tanto,
entregárselo a la entidad que tenga las ganancias más altas, y
preferentemente aquella en la cual otros fondos hayan invertido ya
(siguiendo el instinto del rebaño), de manera que al menos quede algo de
dinero para el fondo y los inversores.
Quienes pierden en este esquema, de acuerdo con Sinclair, son los
pobres que pagan tasas de interés excesivas, con todos los efectos
imaginables: desde la quiebra de los negocios, pasando por el
sobreendeudamiento, hasta el empeoramiento de su pobreza, así también
engañando a los inversores y donantes originales. El control de la
industria sobre la información en el tema de microfinanzas (con
artículos engañosos, conmovedoras historias de los clientes, e
incluyendo iniciativas pseudoregulatorias como la campaña SMART)
mantienen a los inversores en tinieblas sobre la bizarra realidad de las
microfinanzas. El mensaje principal de Sinclair es para los inversores
y donantes, advirtiéndoles que están siendo tomados por idiotas. No
hay dudas de que la industria microfinanciera se opondrá firmemente a
este libro, porque busca conmover hasta sus cimientos un valor caro para
la misma: no el del pobre (que lleva a cabo el trabajo) sino el del
rico que ofrece dinero, del “inversionista” eventual que presta dinero a
través de la organización KIVA, y hasta de los donantes a largo plazo
más comprometidos.
Sinclair no afirma que la idea de las microfinanzas sea incorrecta,
ni que la mayoría de las personas de la industria se estén haciendo
ricos (a pesar de que unos pocos sí lo están logrando), en lugar de eso
apunta a que el modelo de microfinanzas con fines de lucro, tal como se
promociona bajo el auspicio de las instituciones microfinancieras de
Washington, el Banco Mundial, y el USAID, que han intentado hacer las
microfinanzas más eficientes y en beneficio de los pobres, está teniendo
el efecto opuesto. Al asumir que no es necesario buscar evidencias
reales del impacto social, porque “el mercado se encargará de
resolverlo” a través de la competencia y la elección del cliente, el
modelo de microfinanzas con fines de lucro ha creado un ambiente
propicio para el fraude, la codicia, y la incompetencia.
Ya antes de Sinclair otros llevaron a cabo importantes
investigaciones críticas sobre las microfinanzas. Sin embargo este
testimonio personal de quien estuviese estrechamente vinculado sobre la
manera en que se dio cuenta de que la industria para la que había
asumido un compromiso era incapaz de cumplir con sus promesas, es
posible que tenga un enorme impacto en la percepción pública de las
microfinanzas.
De qué manera Sinclair se dio cuenta de que intentar reformar las
microfinanzas de adentro hacia fuera por medio de la crítica
constructiva no funcionaba porque iba contra los intereses de todos los
involucrados (con la excepción del pobre), es una historia apasionante
que los lectores no podrán parar de leer. Cómo es que se han apoderado
de la industria individuos corruptos, codiciosos, y sin escrúpulos, que
en lujosas conferencias se autoproclaman salvadores y promueven sus
propios negocios como la cura de todos los males (sin ofrecer evidencia
alguna que lo sustente), para conducir a personas que ya eran pobres
hacia trampas crediticias de las que les será imposible escapar, es un
reto directo para estos actores. Sin lugar a dudas quienes no sean
capaces de reconocer este desafío como una oportunidad para reflexionar
sobre la misión verdadera de las microfinanzas en lugar de negar la
falta sistemática de evidencia de los beneficios de las microfinanzas
(¡pasados ya treinta y cinco años!), y se nieguen a desterrar a quienes
están jugando sucio, estarán molestos. Los demás deberán afrontar esta
oportunidad con seriedad.
Confesiones… es un libro de lectura apasionante del que es difícil
despegarse. Pero mientras que el libro tiene argumentos poderosos, y sus
referencias están expuestas meticulosamente, para permitir que el
lector corrobore los extremos que crea necesarios, es algo opaco en
algunos aspectos.
La evidencia de que existan fondos comprometidos en encubrimientos
activos, en lugar de una lastimosa incompetencia, es una afirmación
hecha por alguien desde adentro pero de dificultosa confirmación si nos
fiamos de la información del dominio público. De qué manera los fondos
han reaccionado contra los ataques y críticas de Sinclair es irrelevante
en relación con el punto principal del problema de la estructura de la
industria microfinanciera.
Este libro es sumamente importante por tres motivos. Primero: nos
enfrenta con un tardío cuestionamiento acerca de si la pobreza puede
solucionarse dándole a las personas de los barrios más humildes y de las
aldeas del hemisferio Sur más crédito al mejor estilo Wall Street.
Segundo: las críticas del libro bien pueden ayudar a desterrar a quienes
juegan sucio en las microfinanzas, para quienes el impacto social es
una mera estratagema publicitaria, para quienes hacer dinero fácil a
costillas de la gente humilde es el fin principal. Tercero y último:
pone sobre la mesa soluciones prácticas, más allá de toda retórica y
promesa.
El Dr. Philip Mader es un investigador en el Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, en Colonia, Alemania.
(Traducción: Alex Ferretti)
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