Wednesday, September 4, 2019

Vestidos en llamas

Fotografía: Wellcome Library, London

A mediados del Siglo XIX vestir la última moda podía convertirla en víctima de las llamas, literalmente. Algunas
telas eran altamente inflamables y se producían accidentes que comenzaban con una dama y de haber otra
cerca el fuego del primer vestido se propagaba al siguiente llegando incluso a grupos de mujeres que morían del
mismo modo. Había una coincidencia de circunstancias por las cuales estos vestidos eran particularmente infla-
mables, en principio la tela de la que estaban fabricados (como la muselina de algodón, gasa o tarlatán) que con-
tribuían a dar al vestido cierta magia etérea que contrastaba con la suciedad y la maquinaria de la Revolución In-
dustrial. Aunque fue gracias a esa maquinaria las telas llegaron a mujeres de todas las clases sociales, lo que hizo
que las muertes a causa de las llamas también se propagase.
Estos vestidos, combinado con la luz de las velas y la luz de gas del mundo previo a la electricidad, se cobraron la
vida de muchas mujeres. Matthews David escribió que en el año 1860 una publicación médica (The Lancet) esti-
mó que unas 3 000 mujeres murieron consumidas por las llamas. Dentro del grupo más vulnerable se encontra-
ban las bailarinas de ballet, que usaban a menudo vestidos de tarlatán y gasa, y bailaban cerca de las luces de
gas sobre el escenario. Tal fue el caso de la conocida bailarina Emma Livry, que durante un ensayo en 1862 vestía
un corsé y una falda que asemejaba espuma que le llegaba a las pantorrillas. En cierto momento pasó muy cerca
de las luces de gas y aquel ser de belleza angelical cuyo vestido parecía flotar en el escenario se convirtió en una
columna de fuego infernal que giró hasta que un bombero pudo apagarla. Emma sobrevivió ocho meses para
fallecer víctima de una sepsis que se produjo como consecuencia de una infección provocada por sus quemadu-
ras.
Emma Livry

Un decreto de 1859 obligaba a los trabajadores de teatro franceses a aplicar un ungüento que volvía ignífugas a las telas de los vestidos, pero Emma se negó a usarlas porque hacía que las telas tuviesen un tono amarillento y perdiesen movimiento. Muchas otras bailarinas tenían salarios demasiado bajos que complementaban con atenciones de benefactores masculinos, de modo que no se podían permitir verse menos atractivas vistiendo ropas que no las favorecían tanto. Estas decisiones tenían consecuencias financieras y de seguridad. Aunque a menudo las mujeres pobres no elegían vivir peligrosamente: simplemente vivir era peligroso.
El de Emma no fue un caso extraordinario: en 1861 murieron seis bailarinas mientras intentaban ayudar a una
de ellas cuyo vestido se incendió tras bambalinas. Incluso teatros enteros llegaron a incendiarse.
El 9 de julio de 1861 era un día caluroso. La señora Fanny Longfellow (esposa del poeta, maestro y traductor
estadounidense Henry Wadsworth Longfellow)  había cortado un par de rizos de sus hijos y se disponía a guar-
darlos en un sobre. Al intentar sellar el sobre con cera derretida su vestido se encendió, no está claro si al
derramarse cera sobre la ropa o quizá al caerse una vela. Su esposo, al que los gritos despertaron de la siesta,
intentó ayudarla cubriéndola con una alfombra, que resultó ineficaz por demasiado pequeña, de modo que
apagó las llamas con su propio cuerpo, pero la señora había sufrido ya graves quemaduras.
Fanny Longfellow

Más de cincuenta años más tarde, Annie, la hija menor del matrimonio contaría la  historia de un modo diferen-
te: no tuvo participación vela ni cerilla alguna sino que el fuego se habría originado en un encendedor automá-
tico que cayó al piso. Ambos relatos coinciden en que extinto el fuego llevaron a Fanny a su habitación y llamaron
al doctor. La mujer perdió y recuperó la conciencia durante toda la noche y se le administró éter. Murió pasadas
las diez de la mañana siguiente, luego de haber pedido una taza de café. Las quemaduras que su esposo había
sufrido intentando salvarla le impidieron asistir al funeral. 
Tampoco la nobleza estaba a salvo. El 22 de mayo de 1867 la Archiduquesa Matilde de Austria, de dieciocho años
de edad, se preparaba para asistir a una función de gala en el teatro y se había puesto un vestido de gasa. Como
era costumbre en aquella época, a los vestidos de gasa se les aplicaba glicerina para mantener la tela ahuecada.
Antes de salir quiso fumar un cigarrillo; mientras fumaba escuchó que su padre se acercaba, de modo que escon-
dió tras sus espaldas el cigarrillo, con tanta mala suerte que su vestido tomó fuego. El desgraciado incidente fue
presenciado por miembros de su familia y la joven sufrió quemaduras de segundo y tercer grado en las piernas,
espalda, cuello y brazos. Si bien sobrevivió al incidente inicial, no existía un tratamiento eficaz para las quemadu-
ras, por lo que falleció el 6 de junio. 

Matilde de Austria-Teschen


El 31 de octubre de 1871, en el Drumacon Hotel, en Irlanda, Mary y Emily Wilde, hermanastras del escritor Oscar
Wilde, estaban en una fiesta de Halloween cuando el vestido de una de ellas se incendió mientras bailaba dema-
siado cerca de unos candelabros, la otra corrió en su ayuda con la mala suerte de que su vestido también se pren-
dió fuego. Un amigo las rodeó con su abrigo, las sacó fuera y las hizo rodar por la nieve, aunque ambas termina-
ron con quemaduras de tercer grado. Mary murió el 9 de noviembre y Emily el 21.
oOo

Search This Blog