Saturday, April 13, 2013

Microfinanzas. Traducción.


Microfinanzas. Traducción

http://www.microdinero.com/index.php/spanish/nota/5057/iconfesiones-de-un-hereje-de-las-microfinanzasi
Confesiones de un Hereje de las Microfinanzas
Jueves 19 de Julio de 2012
Philip Mader
Por fuera de la línea más popular y las campañas de promoción de microfinanzas, un gran número de académicos, organizaciones no gubernamentales, periodistas, y también microfinancieras han criticado moderadamente a las microfinanzas durante años, sólo para ser ignorados o rechazados como locos o ideólogos. Pero los problemas que existen en el ámbito de las microfinanzas son por demás reales y el controvertido nuevo libro de Hugh Sinclair llamado Confesiones de un Hereje de las Microfinanzas hace que sea imposible ignorarlos.
Para los pocos investigadores independientes que hay, y que afortunadamente pueden estudiar las microfinanzas con autonomía de los organismos que la auspician,  así como de los grupos más importantes de investigación (que son en gran parte financiados por las mismas organizaciones que financian las microfinanzas), los problemas de la industria no son nuevos. Ellos afirman que las microfinanzas, por su propia naturaleza, apoyan solamente al más pequeño, menos productivo, y de menor crecimiento potencial, tal como sostiene Milford Bateman.  Del mismo modo sostienen que la mayoría de los préstamos se gastan simplemente en consumo, lo que hasta el CGAP reconoce en un intento por redefinir las microfinanzas en términos de “inclusión financiera”, ignorando el problema de la falta de viabilidad de estos préstamos.
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Philip Mader

Hugh Sinclair
Esto se relaciona con el riesgo de sobreendeudamiento y la necesidad de contraer una deuda para cancelar otra, ampliamente estudiados por Jessica Schicks, y evidenciados con mayor notoriedad durante la crisis microfinanciera de la India.  También existe el problema de la creación por parte de las microfinanzas de grandes desequilibrios de poder, particularmente entre hombres y mujeres —tal como señala Lamia Karim— en lugar de nivelar esas asimetrías a través de verdaderos procesos de empoderamiento.  Estos son tan solo unos pocos problemas.
Hugh Sinclair se nos presenta como alguien con gran experiencia en la vida real, con una historia fascinante que contar empezando por su fe original en las microfinanzas hasta su desilusión y posterior conversión a la herejía, mas un don para escribir.  Su libro, tan devastador como atrapante, se bate contra elementos básicos de la industria de las microfinanzas.
A la lista de motivos por los cuales las microfinanzas no cumplen su promesa de reducir la pobreza, Sinclair añade un nuevo problema, demostrando que los incentivos dentro de la industria están estructurados de modo tal que el desarrollo positivo se produce —como mucho— como un subproducto accidental; y la mayor parte de las veces no se produce jamás.
Él lo llama “el problema de la estructura de la industria” y aborda su investigación. Desde el principio, y en contra de otros de sus detractores, Sinclair asume que los intereses de las personas que se encuentran a ambos lados de la cadena microfinanciera están alineados: esto significa que quienes financian y quienes reciben los préstamos realmente quieren estos fondos para aliviar el estado de necesidad de los deudores.  Pero sea como fuere, entre estos dos extremos se encuentra la industria microfinanciera que controla el flujo de capital e información.
En otras palabras, en esta industria se mueven dos actores: las instituciones de microfinanzas y los fondos, cuyo interés es generalmente prestar o invertir dinero a la mayor tasa de rendimiento posible. Para las primeras la única fuente de ganancia la constituyen los clientes que pagan intereses (y a menudo costos que están deliberadamente camuflados, agrega Sinclair) sobre los préstamos que han pedido.  En lugar de embarcarse en un costoso proceso de selección de clientes, es más fácil para las instituciones cobrar intereses excesivos a todos ellos, y de ese modo absorber las posibles pérdidas o préstamos incobrables.  A esta ecuación, Sinclair añade la práctica típica de no cancelar los préstamos, posponiendo indefinidamente la caída en mora con la concesión de nuevos préstamos que vienen a reemplazar al anterior, sumado a una incompetencia general de las instituciones para tomar buenas decisiones.  Como resultado de esto, las tasas altas constituyen la única estrategia para la supervivencia de las instituciones de microfinanzas. Los actores secundarios: los fondos de inversión, necesitan encontrar instituciones en las cuales invertir, lo que les garantiza un retorno seguro de la inversión.  A causa de los costos propios de estos mismos fondos, y para una satisfacción adecuada de los inversores, no es necesario que esta ganancia sea particularmente elevada, pero los fondos (como las entidades microfinancieras) encuentran costoso y difícil hacer un proceso de selección de socios a los que entregarles su dinero.  La opción más segura es, por lo tanto, entregárselo a la entidad que tenga las ganancias más altas, y preferentemente aquella en la cual otros fondos hayan invertido ya (siguiendo el instinto del rebaño), de manera que al menos quede algo de dinero para el fondo y los inversores.
Quienes pierden en este esquema, de acuerdo con Sinclair, son los pobres que pagan tasas de interés excesivas, con todos los efectos imaginables: desde la quiebra de los negocios, pasando por el sobreendeudamiento, hasta el empeoramiento de su pobreza, así también engañando a los inversores y donantes originales.  El control de la industria sobre la información en el tema de microfinanzas (con artículos engañosos, conmovedoras historias de los clientes, e incluyendo iniciativas pseudoregulatorias como la campaña SMART) mantienen a los inversores en tinieblas sobre la bizarra realidad de las microfinanzas.  El mensaje principal de Sinclair es para los inversores y donantes, advirtiéndoles que están siendo tomados por idiotas.  No hay dudas de que la industria microfinanciera se opondrá firmemente a este libro, porque busca conmover hasta sus cimientos un valor caro para la misma: no el del pobre (que lleva a cabo el trabajo) sino el del rico que ofrece dinero, del “inversionista” eventual que presta dinero a través de la organización KIVA, y hasta de los donantes a largo plazo más comprometidos.
Sinclair no afirma que la idea de las microfinanzas sea incorrecta, ni que la mayoría de las personas de la industria se estén haciendo ricos (a pesar de que unos pocos sí lo están logrando), en lugar de eso apunta a que el modelo de microfinanzas con fines de lucro, tal como se promociona bajo el auspicio de las instituciones microfinancieras de Washington, el Banco Mundial, y el USAID, que han intentado hacer las microfinanzas más eficientes y en beneficio de los pobres, está teniendo el efecto opuesto. Al asumir que no es necesario buscar evidencias reales del impacto social, porque “el mercado se encargará de resolverlo” a través de la competencia y la elección del cliente, el modelo de microfinanzas con fines de lucro ha creado un ambiente propicio para el fraude, la codicia, y la incompetencia.
Ya antes de Sinclair otros llevaron a cabo importantes investigaciones críticas sobre las microfinanzas. Sin embargo este testimonio personal de quien estuviese estrechamente vinculado sobre la manera en que se dio cuenta de que la industria para la que había asumido un compromiso era incapaz de cumplir con sus promesas, es posible que tenga un enorme impacto en la percepción pública de las microfinanzas.
De qué manera Sinclair se dio cuenta de que intentar reformar las microfinanzas de adentro hacia fuera por medio de la crítica constructiva no funcionaba porque iba contra los intereses de todos los involucrados (con la excepción del pobre), es una historia apasionante que los lectores no podrán parar de leer. Cómo es que se han apoderado de la industria individuos corruptos, codiciosos, y sin escrúpulos, que en lujosas conferencias se  autoproclaman salvadores y promueven sus propios negocios como la cura de todos los males (sin ofrecer evidencia alguna que lo sustente), para conducir a personas que ya eran pobres hacia trampas crediticias de las que les será imposible escapar, es un reto directo para estos actores.  Sin lugar a dudas quienes no sean capaces de reconocer este desafío como una oportunidad para reflexionar sobre la misión verdadera de las microfinanzas en lugar de negar la falta sistemática de evidencia de los beneficios de las microfinanzas (¡pasados ya treinta y cinco años!), y se nieguen a desterrar a quienes están jugando sucio, estarán molestos. Los demás deberán afrontar esta oportunidad con seriedad.
Confesiones… es un libro de lectura apasionante del que es difícil despegarse. Pero mientras que el libro tiene argumentos poderosos, y sus referencias están expuestas meticulosamente, para permitir que el lector corrobore los extremos que crea necesarios, es algo opaco en algunos aspectos.
La evidencia de que existan fondos comprometidos en encubrimientos activos, en lugar de una lastimosa incompetencia, es una afirmación hecha por alguien desde adentro pero de dificultosa confirmación si nos fiamos de la información del dominio público. De qué manera los fondos han reaccionado contra los ataques y críticas de Sinclair es irrelevante en relación con el punto principal del problema de la estructura de la industria microfinanciera.
Este libro es sumamente importante por tres motivos.  Primero: nos enfrenta con un tardío cuestionamiento acerca de si la pobreza puede solucionarse dándole a las personas de los barrios más humildes y de las aldeas del hemisferio Sur más crédito al mejor estilo Wall Street. Segundo: las críticas del libro bien pueden ayudar a desterrar a quienes juegan sucio en las microfinanzas, para quienes el impacto social es una mera estratagema publicitaria, para quienes hacer dinero fácil a costillas de la gente humilde es el fin principal.  Tercero y último: pone sobre la mesa soluciones prácticas, más allá de toda retórica y promesa.
El Dr. Philip Mader es un investigador en el Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, en Colonia, Alemania.
(Traducción: Alex Ferretti)

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